La invitación fue muy sencilla, creo que era el verano de 1999, y no me hice de rogar: "Oye, Rizo, los muchachos de la redacción se están juntando para jugar los sábados en una cancha de pasto en Orrantia, a ver si vienes", dijo Mario Cortijo con ese rostro de "vamos a ver si tapas". Lo que Mario no sabía es que en Puno, donde trabajé entre 1995 y 1998, había jugado algunos campeonatos entre colegas afiliados al Colegio y a la Federación de Periodistas. Ese sábado, noté que era diferente tapar en Puno que en Lima, sobre todo después de una "para" de unos seis meses. Fue un día de barro, porque había llovido veraniegamente, y me hicieron algunos goles torrejas, por lo que me gané merecidamente el apodo de "mantequilla, Rizo", pero asimilé los errores con garra y comencé a aprender, a dedicarme a mejorar la técnica como un buen aficionado al arco. En ese entonces me encontraba en la base tres e intentaba "volar" y mejorar los "mano a mano". Todos los muchachos me ayudaron, sin querer queriendo, a mejorar. Sin embargo, en los partidos claves, con otros equipos, no me escogían como arquero titular. Y yo, francamente, no lo tomé a mal, al contrario, era una invitación a buscar la ansiada regularidad que un arquero, por más aficionado que sea, siempre quiere lograr. Durante estos años, he sido testigo, por ejemplo, de evidentes evoluciones futbolísticas como las de Pedro Ortiz, Adolfo Bazán, Italo Sifuentes, Tomás Ágreda, Samuel Lizana, entre otros, y, recientemente, de Octavio, quienes sin duda asimilaron las enseñanzas de jugar semana a semana con amigos que nos quieren bien y que ahora dan que hablar. Todo comenzó, pues, para mí, en Orrantia, una cancha implementada en un terreno rellenado, al borde de un barranco, y con los arcos curiosamente desnivelados, pero que guarda todavía ese romanticismo futbolero de antaño, donde al final del partido, se matizaba con unas "chelitas, bien helenas" y, eventualmente, con alguna parrillada de aniversario. Eso sí, ya perdimos la cuenta de cuántas pelotas se perdieron, cuando nuestros bombarderos querían anotar en el arcoiris y dirigían sus disparos ligeramente elevados al circuito de playas.
Ahora que ya nos hemos sofísticado, jugando en la cancha de césped artificial del Aelu, no hay forma de echarle la culpa a los huecos, al barro o a la cancha desnivelada. También, hasta en eso, hemos mejorado: ahora la culpa no solo es del arquero, de la pelota, o del árbitro, sino de los "tablistas" o los "invitados" que nunca vienen en invierno, pero sí en verano en desmedro de nuestras viejas glorias de Balón y Pluma que no pueden jugar todo lo que quisieran. Estas frases, peleas, reclamos y estadísticas, forman y siempre serán parte de la tradición oral de este inmejorable grupo humano. Todavía me parece increible como estos amigos de la pelota, después de 18 años, pueden sentirse tan identificados con un sábado o con un miércoles típicamente futbolero y que, religiosamente, separen dos horas en su agenda, llueva o truene. Creo que por todo lo hecho, Balón y Pluma merece una crónica en algún medio nacional, total ya somos mayores de edad y estamos seguros que esos 18 años, los hemos ganado a pulso. Feliz aniversario y gracias por permitirme ser parte de sus recuerdos futboleros.
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