martes, 1 de noviembre de 2011

ANÁLISIS DE LA PELÍCULA EL DOCTOR

La vida cotidiana del médico cirujano Jack Mackee está distorsionada por su dedicación exclusiva al trabajo, pues siempre tiene que estar en contacto con sus pacientes o con el hospital donde trabaja, incluso hasta en su tiempo libre. Toda esta situación evita una retroalimentación con su esposa Anne y su hijo Nicky. Este último es el más perjudicado, pues recibe una mala influencia del padre-médico que no le dedica tiempo para compartir con él, lo cual es clave si consideramos a la familia como el principal agente de socialización (Giddens.109, pp.). El problema es que la esposa Anne (hija de médico) se adapta también a este modelo que vuelve insensible a la familia, con los estragos obvios para el hijo de ambos, quien hasta se sorprende cuando su padre está en casa. Ahora, es muy probable que el mismo doctor Mackee provenga también de una familia similar y lo único que está realizando es imitar el modelo que, materialmente hablando, lo convierte en un profesional de éxito. Un ejemplo del comportamiento que adopta el niño por la conducta del padre-médico es la escena en la cual, el doctor Mackee le trata de explicar sobre su enfermedad. El niño lo mira entre asustado y sorprendido y, ante esta situación embarazosa, prefiere alejarse. La insensibilidad del padre está cosechando sus frutos en el menor. El mecanismo de defensa del doctor Mackee es la ironía para evitar identificarse no sólo con sus pacientes, sino también con su familia. De esa forma evita el diálogo sobre los problemas que ya existen con su esposa Anne y, ella lo asume insensibilizándose, como una forma de comprender a su esposo y como se dice “llevar la fiesta en paz”. El problema de fondo es que ya está a punto de estallar una bomba de tiempo familiar que se desencadena con la enfermedad del doctor Mackee. El cirujano, dejando de lado su soberbia, decide entonces pedir ayuda a su esposa y esa fue su tabla de salvación, pues despierta la sensibilidad de ella y el sentimiento entre ambos. Antes, Anne le revela a su esposo que sólo puede estar pendiente de la vida de él a través de la secretaria del hospital. Una vez operado del tumor en la garganta y sin poder hablar, escribe en una pequeña pizarra a su esposa la palabra mágica: te necesito. Esto provoca una reacción que no sólo cambia definitivamente la perspectiva de vida del médico cirujano, sino también las relaciones con su familia y con todos los otros agentes de socialización.

Cuando el médico cirujano Jack Mackee acude a su primera consulta se topa con que la otorrinolaringóloga Leslie Abbott tiene su misma escuela, es decir ella es tan soberbia como él y mantiene la misma postura de insensibilidad médico-paciente. El médico siente que es tratado como si fuera un artefacto malogrado y empieza a percibir lo que siente todo paciente o enfermo: vulnerabilidad. Y eso salta a la vista cuando la doctora Abbott le dice a Mackee, “y sin anestesia”, que tiene un tumor en la garganta, mostrando un rostro de piedra. Pero al cirujano, experto en operaciones al corazón y al pulmón, su cambio de médico a paciente le tiene más sorpresas cuando debe someterse a una biopsia en el propio hospital donde trabaja. El médico cirujano experimenta lo que es el protocolo del hospital cuando le traen una silla de ruedas para trasladarlo, pero él se niega a ello, pues se siente en condiciones físicas de realizarlo a pie. El encargado de llevarlo le explica que de esa forma el hospital evita una posible demanda en caso se caiga en el trayecto. Otro detalle: debe llenar una serie de formularios en admisión. Pero de esto recién se entera después de media hora y cuando se acerca a averiguar, pues de lo contrario ni lo llamaban. El colmo fue cuando en una habitación compartida, después de la biopsia y sedado, le aplican por equivocación un enema que le tocaba al otro paciente, un policía. Los rasgos característicos de la burocracia (Weber, 1-2, pp.) también se observan en toda su dimensión, cuando debe llenar otros formularios en radioterapia, pues, le explican, que con radiología son departamentos diferentes. En radioterapia le dicen que debe realizarse el tratamiento contra el tumor en la garganta todos los días, por seis semanas, pero le advierten que debe esperar su turno y por orden de llegada. En una consulta le avisan que el médico no ha venido y, por lo tanto, no habrá tratamiento. Con él hay varios pacientes enfermos de cáncer. Entre ellos está Ellis June, quien tiene un tumor cerebral. Entre ambos hay una conexión: ambos sufren de cáncer y empiezan a apoyarse. Ella es fundamental, pues hace comprender al médico que debe decir la verdad y abrir sus sentimientos hacia los demás. El doctor Mackee insiste en tener un trato especial como cirujano del hospital y reclama que en este establecimiento existe la cultura de las disculpas, pero que igual se siguen cometiendo errores en la atención a los pacientes. También le revela a June que el tumor en su cerebro pudo haber sido detectado con una resonancia, pero que no se la hicieron porque el deshumanizado sistema de seguros dirige las pruebas que se deben realizar. El punto de quiebre se produce cuando Jack Mackee irrumpe en la consulta, rompiendo el cerco burocrático, y le dice a la doctora Abbott que ella no es la persona indicada para operarlo, porque no sabe cómo se siente como paciente. Luego, le augura que, cuando sea paciente alguna vez, como él, lo comprenderá. Abbott, soberbia, le arroja su historia clínica en respuesta. Aquí Mackee acude al cirujano Eli Blumfield, quien tiene una relación más personal con los pacientes, para que lo opere. Este acepta realizar la operación al día siguiente y en su día libre. Antes, el médico ve morir a June. Luego de la intervención a la garganta, Mackee vuelve a su trabajo después de algunos días y con otra visión de vida. Incluso, realiza una operación de trasplante de corazón a un paciente latino con quien establece una relación de más confianza, ante la sorpresa de su equipo. En resumen: el cambio del doctor Mackee se produce cuando experimenta la otra cara de la medalla: ser paciente de un hospital.

Los cirujanos del hospital forman un equipo, liderados por el doctor Mackee, quien es el abanderado para que los estudiantes y médicos de su grupo, entre ellos el doctor Murray Kaplan, no se involucren humanitariamente con los pacientes. Durante el ritual de la visita médica, que muestra el poder del médico en el hospital (Foucault. 31, pp.) a los médicos residentes (estudiantes) los instruye con el mensaje: “Cortas, curas y fuera”, como la mejor manera de realizar su trabajo médico. La excusa: el cirujano tiene poco tiempo para la dedicación humanitaria, por lo que compadecerse del paciente es peligroso. Es decir, para el médico la compasión quita tiempo para salvar una vida. Dos ejemplos: a un joven que trató de suicidarse arrojándose de un quinto piso, le dice en el post operatorio que mejor juegue golf para que se sienta más aburrido de la vida, mientras que a sus médicos amigos les dice que lo instruyan para que la próxima vez se arroje de un décimo piso. Otra paciente, preocupada por las cicatrices en su pecho y la reacción de su esposo, le dice que este debe pensar que las huellas de las grapas son similares a la página central de una revista Playboy. En el otro extremo, está el otorrinolaringólogo Eli Blumfield, quien sí se involucra con sus pacientes y trata de darles confianza, aunque reconoce que Mackee es un buen médico cirujano. Pese a ello, Mackee lo subestima y busca a la desconocida, doctora Abbott, para que vea su caso inicialmente. La relación entre Mackee y Kaplan es de más de 14 años y por eso establecen una alianza para cubrirse laboralmente ante cualquier eventualidad. Esta solidaridad se aplica cuando se difunde la información de la enfermedad de Mackee y le piden que descanse, pero este se niega, pues quiere seguir ejerciendo. Al final, debe dejar de operar porque pierde la confianza.

Esa alianza se aprecia en un caso de negligencia de Kaplan, que en un primer momento es respaldado por Mackee, pero eso cambia cuando este averigua que su colega en realidad cometió un error que le produjo consecuencias a su paciente. Mackee se da cuenta que la relación entre colegas no significa complicidad. Luego de la conversión de Mackee, y aprovechando las enseñanzas que les da a los médicos residentes, coordina con el personal del hospital (enfermeras, técnicas, ayudantes) para que a todos ellos se les ponga la bata de pacientes y se sometan a los análisis que normalmente se someten a los enfermos. Con esto, Mackee quiere hacer comprender a los futuros médicos que estaba equivocado y que los pacientes necesitan el apoyo y la confianza del médico y que es necesario identificarse con ellos. Es interesante este punto, pues prueba el concepto de que, pese a que los agentes sociales (con la hipótesis de que Mackee haya adquirido esta formación de sus padres, la universidad, etc.) pueden condicionar nuestra personalidad, valores y comportamiento, siempre existe el camino de la conversión. “la socialización también es el origen de nuestra propia individualidad y de nuestra libertad. En el curso de la socialización cada uno desarrolla un sentido de la identidad propio y la capacidad de pensar y actuar de un modo independiente” (Giddens. 119, pp.).


El cuaderno de Maya: una novela para adolescentes

Había escuchado hablar de Isabel Allende por La casa de los Espíritus y es por eso que cuando en la UPCH me dijeron que debía leer El cuaderno de Maya no dudé en comprar el original y tratar de descubrirla. Luego de leer la novela creo que todavía no la he descubierto, por lo que prometo prestarme sus otras obras para tener una opinión más justa de esta escritora chilena. No me gustó el principio y la imprecisión de que el pisco sour es la bebida nacional de Chile.  Tal vez es una forma de crear polémica, pero que no favorece en nada a la ficción. El monólogo de la abstinencia de Maya es muy bueno y lo mejor del libro, pero todo lo demás es muy previsible. Desde el inicio se sabe que Manuel Arias tiene algún parentesco con Maya Vidal y que es utilizado por la abuela Nidia Vidal para salvar a la nieta de las garras de la drogadicción y ocultarla de los malos. Cuando apareció Brandon Leeman en la escena y tomó a Maya bajo su cuidado, creímos que la trama se iba a desencadenar en que este era un hijo secreto del Popo (Paul Ditson II), pero nos equivocamos y la novela transcurre sin más sorpresas. Andrés Vidal y Marta Otter, los padres de Maya, son toda una patética alegoría al egoísmo, mientras que Mike O’Kelly, enamorado platónicamente de Nidia Vidal, es todo un ejemplo de redención por haber superado las drogas y ayudar a otros para salir de sus garras. El Popo es la conciencia de Maya y de Nidia Vidal, es el hombre paternalista y protector que les da la oportunidad de vivir, pese a que sus vidas no han transcurrido con coherencia. Y Maya trata de encontrar en Daniel Goodrich, el psiquiatra mochilero, una extensión de esa vida protectora que no consigue y que la hace sufrir de amor, lo cual era obvio. El personaje de Manuel Arias merece una mención especial, un hombre sufrido y con las huellas de la dictadura de Pinochet, que tiene miedo de amar a Blanca Schnake, pero que la aparición de su inquieta nieta Maya lo hace revivir, cuando ya se había resignado a morir en la soledad de Chiloé. El pequeño drogadicto Freddy es también un personaje ancla que aparece cuando se le necesita, al igual que Olympia Pettifor y las Viudas por Jesús. Debo concluir que El cuaderno de Maya es una novela que debe ser leída por adolescentes, pues ellos podrán encontrar sin problemas y sin fatiga el colofón que la autora ha tratado de impregnar en el libro. Sin embargo, no hay que perder de vista que las drogas no solo afectan a los miembros de las familias que no están constituidas, sino a todas. Acabo de dejarle el libro a mi hija adolescente. Si lo lee creo que no se arrepentirá, aunque le he dejado un mensaje: “El pisco sour es peruano, lo que dice la autora solo es ficción”.